La Fortaleza

La fortaleza es la virtud que asegura la firmeza y la constancia en la práctica del bien, aun en las dificultades.

La fortaleza es la cualidad de quien busca superarse y superar obstáculos. Es la virtud propia de los deportistas. La fortaleza está entre el temor (el miedo excesivo que paraliza) y la temeridad (que empuja a lanzarse a lo loco sin pensar en las consecuencias).

Lo primero con lo que hay que ser fuerte es con uno mismo. No se refiere sólo a cuándo hay que lanzarse, sino también a cuándo hay que parar. La persona que vive la fortaleza sabe dominarse y comportarse con cada uno como se merece, y siempre, al menos interiormente, con misericordia. Ser fuerte no equivale a ser áspero ni tiránico.

Parece necesario hacer comprender a los hijos que la fortaleza no está ordinariamente en hacer grandes hazañas. Cada día está compuesto de muchos pocos. El heroísmo de cada día es la mejor manera de cultivar esta virtud: resistir en la lucha del cumplimiento de nuestro deber, realizado con perseverancia y con paciencia.

¿Es buen método educar pensando que el esfuerzo vale la pena? 

El trabajo y sus frutos, alcanzados noblemente, suponen fatigas y sinsabores. Pero proporcionan también la satisfacción de haber alcanzado una meta ambiciosa y buena, que beneficia a uno mismo y a los demás.

Entonces ¿en cualquier circunstancia hemos de vencer las dificultades? 
La fortaleza está reñida con la imprudencia y la temeridad. Una de las más altas sabidurías conduce a conocerse a uno mismo y, por tanto, a conocer los límites más allá de los cuales no se puede obrar.

¿El sufrimiento puede ser fuente de riqueza espiritual?
Preguntó un estudiante de 5º Curso de Teología, Francesco Annesi, de la Diócesis de Roma, al Santo Padre Benedicto XVI:
“Santidad, la carta apostólica Salvifici doloris del Papa Juan Pablo II pone de relieve que el sufrimiento es fuente de riqueza espiritual para todos los que lo aceptan en unión con los sufrimientos de Cristo. En un mundo que busca todos los medios, lícitos e ilícitos, para eliminar cualquier forma de dolor, ¿cómo puede el sacerdote ser testigo del sentido cristiano del sufrimiento y cómo debe comportarse ante quienes sufren, sin resultar retórico o patético?

(…) “reconociendo este deber de trabajar contra los sufrimientos causados por nosotros mismos, al mismo tiempo debemos reconocer también y comprender que el sufrimiento es un elemento esencial para nuestra maduración humana. Pienso en la parábola del Señor sobre el grano de trigo que cae en tierra y que sólo así, muriendo, puede dar fruto. Este caer en tierra y morir no sucede en un momento, es un proceso de toda la vida. Cayendo en tierra como el grano de trigo y muriendo, transformándonos, somos instrumentos de Dios y así damos fruto.

No por casualidad el Señor dice a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe ir a Jerusalén para sufrir; por eso, quien quiera ser mi discípulo, debe tomar su cruz sobre sus hombros y así seguirme».”

 “La fortaleza es la gran virtud: la virtud de los enamorados; la virtud de los convencidos; la virtud de aquellos que por un ideal que vale la pena son capaces de arrastrar los mayores riesgos; la virtud del caballero andante que por amor a su dama se expone a aventuras sin cuento; la virtud, en fin, del que sin desconocer lo que vale su vida —cada día es irrepetible— la entregaría gustosamente, si fuera preciso, en aras de un bien más alto” (J. A. Galera).

La fortaleza unida a la fe es una virtud cristiana. El creyente encuentra en Dios la verdadera fuerza de la vida: “Mi fuerza y mi poder es el Señor” (Ex 15,2). Pero como todas las virtudes, la fortaleza se aprende en esa escuela paciente de ir formando día a día nuestro carácter.

Los hijos flojos:
Se puede contribuir a que los hijos sean flojos, aunque se les exija en algunos asuntos. Uno de los modos consiste en alimentar cierta compasión que nos lleva a facilitarles trabajos o evitarles esfuerzos que son capaces de realizar por ellos mismos.
En los puntos capitales no cabe negociación: cada cual ha de ir asumiendo sus dosis de responsabilidad y no se puede
transigir con el que vive a costa del esfuerzo de otros. Si no les enseñamos a hacerse responsables de las parcelas que les afectan, entonces no tendremos respuestas a su inactividad y pereza intelectual. Puede ser alegre, ayudar en casa y querer a sus amigos, pero… si no estudia, hemos dejado fuera de su horizonte un aspecto vital de su tarea. No se trata de hacer sabio al que va justito de cabeza, sino de templar su voluntad para que se exija hasta donde sea capaz, eso sí, con una exigencia llena de cariño.