“Es de bien nacidos ser agradecidos”. No está mal terminar el día repasando en nuestro interior todo lo bueno que durante el día hemos recibido de los demás. Especialmente, merece la pena repasar lo que hemos recibido de la gente que convive con nosotros y, sobre todo, de nuestra familia.

También hay quien afirma que el secreto de una vida feliz es una buena salud y una mala memoria. Olvidar los agravios y retener en el corazón el bien que hemos recibido abre las ventanas del corazón y lo llenan de luz y de aire puro.

La mezquindad, entendida como carácter empequeñecido, frío e ingrato, es una desgracia para la persona y para los que conviven con ella. A cualquiera se le ilumina la sonrisa ante un “gracias” sincero, aunque se trate de un servicio debido. El mezquino no sabe, y a veces ni siquiera percibe, lo que los demás hacen por él. Y por eso no lo agradece.

No sólo como fórmula habitual en las relaciones humanas, sino como elemental cortesía, hay que dar las gracias. Los niños han de saber distinguir la gratitud ante un regalo o un favor y la más formal ante un servicio debido. Pero en ambos casos ha de ser sincera.
No es malo —todo lo contrario— que a los niños se les pegue el uso de expresiones típicas del hablar cristiano: “Gracias a Dios”, “Dios mediante”, etc.
La ingratitud y la indiferencia ante el bien que se recibe hade ser severamente corregida. Hace a las personas intratables y egoístas.

¿Cuántas veces hemos de dar las gracias a lo largo del día?
Ayudándoles a comprender que, como cristianos, no hemos sido llamados para ser servidos sino para servir. De modo que al recibir un beneficio —gratuito o no— es bueno mostrar gratitud.
Quien piensa que ha nacido sólo para recibir, como si tuviera derecho a todo, a decir: más, más… y a exigir las cosas, se
empobrece por dentro y corre el peligro de acabar rechazado y solo.

La gratitud, ¿debe ser una actitud ante la vida, cualesquiera que sean las circunstancias?
Copiamos de un autor: “Decid «gracias» al menor servicio prestado por quien sea; mas, pronunciad esta palabra sin afectación, como si cambiaseis una simple mirada. Por sí sola, esta palabrita recompensa todos los trabajos; repara la frase acaso un poco dura que se os ha escapado anteriormente; equivale a una sonrisa y, a veces, la provoca; hace feliz al que la pronuncia y a aquel a quien va dirigida”.

¿Cómo paliar el carácter brusco de algunas personas?
La gratitud extiende por toda la sociedad un aroma de afabilidad y delicadeza muy necesarios. Suficientes amarguras trae la vida para que engordemos nosotros la cuenta con malos modos.

El yo no nos pide ser agradecidos, sino ser exigentes con los demás. Sólo la educación hace nacer en nosotros la gratitud.
Es tarea de los padres el enseñar a sus hijos a pedir las cosas “por favor”, y responder siempre con un “gracias”.