La Lealtad

“Leal” viene de la palabra latina legalis, o sea, “lo que es conforme a la ley”. La persona leal es la persona “de ley”, quien asume el deber de cumplir lo prometido y mantener las “reglas de juego” que libremente ha adquirido. Entre los jóvenes suele decirse de quien es leal que es “un tío legal”.

“La piedad y la lealtad no te abandonen; átalas a tu cuello, escríbelas en la tablilla de tu corazón. Así hallarás favor y buena acogida a los ojos de Dios y de los hombres” (Proverbios 3,3-4).

Conviene enseñar que ser fiel no quiere decir estar encadenado, resignarse, aguantar, o dejarse dominar. Ni el afán de dominio ni la sumisión son relaciones sanas entre personas.

Los padres, sobre todo con su vida, han de enseñar que ser infiel a otros, no cumplir la palabra dada, es ser injusto con uno mismo, no tener raíces ni conceder valor a la propia palabra.

La lealtad, ¿ayuda a ser libre?
Cuando somos leales a la palabra empeñada o a la persona justa, lo hacemos por un impulso libre. Tan libre como lo es la traición. Y si al traidor se le denigra por romper la confianza, al leal hay que enaltecerlo por guardarla. La persona leal no obedece a algo que esté fuera de él, sino a su propia interioridad, a lo mejor de sí mismo, al ideal de su vida.

El ir contra lo que se ha prometido ¿puede ser un valor para la persona?
La persona leal cumple lo que ha prometido, no por terquedad, sino porque hacerlo es un gran valor. Es la demostración de su coherencia y madurez de vida.

¿Es compatible la fidelidad con hacer lo que a uno le apetece en cada momento?
A veces cumplir lo prometido o guardar fidelidad puede resultar costoso o muy exigente. Pero vale la pena. Es prueba de firmeza en el carácter. En cambio, mariposear o adaptarse —como los camaleones— al color que pinta, es debilidad y falta de madurez.

La persona leal da la cara por sus amigos y no juega sucio.
El que es leal, evita hablar mal de otros a sus espaldas. Está en la base de las largas amistades que nos acompañan toda
la vida.