La libertad es el don más grande que dieron los cielos a los hombres, por la cual se puede y se debe aventurar la vida (Cervantes).

La capacidad de decidirse por un camino y conducirnos por él, es soberana y corresponde a cada cual. Podemos recibir consejo y será prudente pedirlo, pero la decisión es de cada uno cuando llega a la edad suficiente y, por tanto, la responsabilidad de haber elegido un sendero y no otro también.

La libertad supone la capacidad de decir no; pero sobre todo, la capacidad de decir sí, de trazar un proyecto de vida, por el que vale la pena vivir y morir, y dedicarse a él con todas las fuerzas.

Si queremos formar a los hijos para que tengan el corazón grande, hay que formarlos en el amor a la libertad, propia y ajena, y en el sentido de responsabilidad.

Cuando dejamos de echar la culpa a otros o a las circunstancias fuera de nosotros mismos, estamos ejercitando nuestra personal responsabilidad. Por eso los padres han de llevar a sus hijos por un plano inclinado para que no se excusen ante cualquier dificultad.

Es confianza en el ser humano que, a pesar de los caminos equivocados que tome, siempre puede rectificar. En definitiva, es respeto por la obra creadora de Dios, que ha creado al ser humano libre.

¿Es la libertad el regalo más grande que Dios ha concedido al hombre?
El regalo más grande que Dios le ha dado al ser humano es la vida. Después, el hecho de haber sido creados a su imagen y semejanza, es decir, inteligentes y libres. Gracias a estos dones, podemos gozar de otros maravillosos como la fe y el amor divinos. La libertad misma de Dios tiene su reflejo en la libertad del ser humano.

La libertad, ¿ha dado siempre buenos frutos?
Se han hecho cosas heroicas y magníficas en nombre de la libertad. Pero también se han cometido crímenes e injusticias por imponer a otros decisiones injustas.

¿Son lo mismo libertad e independencia?
Algunos entienden que ser libre es vivir sin ninguna atadura. Confunden la libertad con la lucha por ir rompiendo compromisos que le atan a uno con los demás. Esta pelea, que en ciertas etapas de la vida de las personas, o de la historia de las sociedades, está justificada, puede llevar a un tipo de persona aislada e insolidaria, a quien no le importan la vida y los problemas de los demás, incapaz de asumir compromisos y proyectos comunes con otras personas. Cuando el ser humano vive así, viviendo sólo para él y de espaldas a los demás, en lugar de crecer como persona, se autodestruye.

¿Cómo se compagina la entrega con la libertad?
La decisión de entregar la vida (a Dios, a un esposo o esposa, a la familia, a la patria o a un ideal) ha de ser libre y responsable. Es una opción que sigue a la llamada, o al amor o al convencimiento, pero la decisión implica tomárselo en serio y ser consecuente.

¿Pueden las personas maduras abdicar de la responsabilidad de sus actos?
Los adultos tenemos derechos y responsabilidades respecto a nuestras familias y las diversas situaciones de la vida cotidiana: de trabajo, negocios, viajes, etc. Necesitamos hacer elecciones, no dejar a alguien que elija por nosotros. Necesitamos comprometernos con nuestros propios actos, a no ser que nos encontremos en una posición tan débil en la que no podamos elegir por nosotros mismos.

¿Qué podemos decir de un adulto que delega la responsabilidad de sus actos en otra u otras personas?
Que no es maduro, ni dueño de sí mismo. Cuando delegamos nuestro cuidado o toma de decisiones en otro adulto, siendo aún capaces de decidir por uno mismo, se podría decir que estamos entregando nuestra vida a esa otra persona. Y recae sobre la otra un peso injusto, pues parece como si quisiéramos decir: fue idea tuya, o me obligaste a hacerlo de esa manera.

  • Decía la Madre Teresa de Calcuta que lo que no se da, se pierde.
  • Es necesario enseñar lo costosa que puede llegar a ser la libertad y hasta qué punto nos hacemos responsables de las opciones que elegimos. Por ser algo tan grande, no se debe malbaratar.
  • No es lícito mentir ni hacer trampas para encubrir lo que hemos hecho. Es peor esa falsía que aceptar las consecuencias de nuestras acciones.