La Paciencia

La paciencia es la fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida. Con esta virtud aprendemos a soportar con ánimo sereno los males y los sinsabores cotidianos, a aceptar con deportividad las derrotas y a perseverar en el esfuerzo por alcanzar lo bueno. Si se une a la alegría y al buen humor, dotan al alma de un tono particularmente agradable, pues ayuda a crecer internamente y no amarga la vida al prójimo.

No es pasividad ante el sufrimiento, falta de reacción ante las pruebas o un simple aguantarse. Los estoicos la ensalzaron como medio para evitar que lo más elevado y sabio del hombre fuera dominado por lo más sensible y animal. Pero el cristiano va por otro lado: aprendemos a padecer sin aspavientos imitando la serenidad de Jesús en la cruz.

Conviene mostrar con obras a los hijos que el ser paciente es un rasgo de la personalidad madura. La paciencia ha de conducir a esperar con calma y perseverancia que las cosas sucedan (por ejemplo: llegar a dominar una asignatura, o el solfeo, o cualquier deporte, etc.). A veces los hijos piensan que las cosas difíciles se convierten en imposibles tras los primeros intentos fallidos. Conviene enseñar que a casi todo en esta vida hay que darle tiempo.

Es necesario mostrarles con el ejemplo que siendo pacientes podemos desarrollar una sensibilidad que ayuda a identificar los problemas, las contrariedades, las alegrías, los triunfos y fracasos del día a día y, por medio de ella, afrontar la vida de una manera optimista y sosegada.
Es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo.
El discernimiento y la reflexión nos ayudarán a ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento indicado y oportuno. Ante una impertinencia es mejor esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación… y corregir más adelante, cuando estemos serenos. Este modo de proceder facilita que nuestras palabras lleguen al corazón de las personas.

¿Por qué en ocasiones no disfrutamos del momento presente, nos agobiamos y nos falta paz?
Las prisas nos impiden disfrutar del presente. Gozar de cada instante sólo es posible con unas dosis de paciencia, virtud que nos permitirá vivir sin someternos a la tiranía de las prisas. La paciencia nos facilita ver con mayor claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos.

¿Cómo hemos de reaccionar ante el sufrimiento?
El dolor, sobre todo el inesperado, y la amenaza del sufrimiento —en ocasiones más agudamente el imaginado que el
real— hacen tambalearse a cualquiera. Nuestro corazón no está hecho para sufrir, sino para gozar. Pero ante el mal inevitable hay que aprender a poner buena cara y hacerle frente sin desmoronarse. Dios ayuda especialmente en los momentos difíciles.

¿Qué hacer ante las dificultades y las pruebas que se presenten en la vida?
Cuando rezamos “hágase tu voluntad”, estamos expresando un deseo profundo y sincero. Aceptamos las pruebas que Dios permite y que, entre otras cosas, contribuirán a nuestra mejora interior.

¿Con quiénes tenemos que ejercitar la virtud de la paciencia en mayor grado?
Con quienes nos relacionamos más a menudo, con los de nuestra familia, con los compañeros y los amigos. De manera muy especial con aquellos que por cualquier motivo, —edad avanzada, enfermedad, etc.— requieren que en el trato habitual sepamos contar con sus defectos (mal genio, faltas de educación, suspicacias, manías y cosas semejantes).

¿Cómo ayudaremos con más eficacia a los demás?
Viviendo la caridad. Como paciencia no es resignación ni una demora en los reproches, sino auténtica manifestación de estar en la onda de Dios, hay que aprender a pasar por alto las molestias y los encontronazos de la vida diaria. Sobre todo, cuando se repiten con frecuencia las faltas.

¿En qué circunstancias de la vida ordinaria hemos de ejercitar la paciencia?
En aquellos acontecimientos que llegan y que nos son contrarios:
la enfermedad, el excesivo calor o frío…, los contratiempos que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo tráfico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material del trabajo, una visita que se presenta en el momento más inoportuno, etc. Son adversidades no muy graves, y su reiteración nos entrenará a afrontar los contratiempos con algo de paz.

Un modo de ejercitar la paciencia es esforzarse por dejar todo recogido y bien guardado después de usarlo. No debemos transigir con los armarios caóticos, los cuartos de jugar que se quedan hechos una leonera al irse a dormir, la cama sin hacer a mediodía.
Más formativos que los videojuegos son las aficiones como el coleccionismo, los puzles, las maquetas en miniatura, coser y bordar, la pintura o el modelado. Todas estas actividades reclaman paciencia, además de otras virtudes.