La Templanza

La templanza es la virtud que modera la atracción hacia los placeres sensibles y ayuda a gozar de los bienes creados con moderación. El hombre no puede alcanzar una personalidad madura si no es a través del dominio sobre sí mismo y del esfuerzo para que su comportamiento se ajuste a lo bueno y recto. En esto consiste la virtud de la templanza con sus distintas vertientes como la sobriedad, la castidad, la sencillez de vida y la austeridad.

Cuando falta templanza, el carácter se hace blandito, comodón y caprichoso. Ya no dirige la razón, sino el antojo y, fácilmente, el egoísmo de escoger lo más agradable sin pararse a pensar si eso es lo más conveniente.

La virtud de la templanza hace que el placer, el bienestar del cuerpo y los apetitos de nuestros sentidos encuentren el puesto exacto que les corresponde en el ser y en el obrar humano.

Es indispensable que la familia muestre y ayude a cada hijo a ejercitarse en “el dominio de sí mismo”. Como en todo, la mejor escuela es el ejemplo.
El derecho a tener cosas y a usarlas no implica el derecho de abusar de ellas. Es bueno comer, beber, hacer fiesta y divertirse.
No lo es en cambio la glotonería, la embriaguez o la búsqueda inmoderada de placer (esto abarca desde el dolce far niente hasta el consumo de estupefacientes, pasando por todos los intermedios).

El hombre encuentra en los estratos sensibles de su cuerpo algunos medios para sobrevivir y disfrutar de la vida. Los apetitos, las tendencias instintivas y las pasiones están para eso. Pero es propio de un ser inteligente y libre ser dirigido por la razón y no por fuerzas ciegas. Por eso la templanza embellece la búsqueda de la felicidad inscrita en el corazón del hombre.

Cuando uno se esfuerza en respetar la propia dignidad dejándose guiar por la virtud de la templanza, las metas se alcanzan y se disfruta de la vida, aunque parezca que se ha renunciado a beneficios inmediatos. En realidad se descartan placeres pequeños para gozar del más completo de ser plenamente humano.

Conviene que los padres eduquen a sus hijos en la moderación de:
— El uso de la televisión. La TV, el ordenador o la videoconsola pueden convertirse en grandes enemigos de la vida familiar.

¿Hay pruebas de que la falta de la virtud, de la templanza, de la sobriedad, perjudican la salud?
Sí hay pruebas. Las estadísticas y las fichas clínicas de todos los hospitales del mundo y la gran experiencia de los médicos que trabajan en consultorios a los que acuden esposos, novios y jóvenes. Es verdad que no podemos juzgar la virtud basándonos exclusivamente en criterios de la salud psicofísica, pero no se podrá negar que es un índice revelador del mal que supone no vivir templadamente.

¿Hay cosas que deben evitarse habitualmente?
— Comer a deshora y por capricho.
— Buscar sistemáticamente los alimentos más exquisitos o comidas hechas en tiendas especializadas que exigen gastos desproporcionados.
— Celebrar cumpleaños o fiestas de niños de manera que supongan gastos muy extraordinarios. Lo que alegra una fiesta son las personas —sobre todo los amigos y los familiares— y no el consumo.
— También hay que evitar pequeños derroches, como tirar la comida, romper los juguetes, maltratar la ropa o desechar el tubo de dentífrico antes de que esté terminado, dejar los grifos abiertos o luces encendidas sin necesidad.
— Aprender esto es afianzar el señorío de la persona, no la mezquindad.
Ser sobrio es compatible con ser magnánimo y generoso.

¿Hay ejercicios para conquistar la templanza?
Sí. Hay un entrenamiento necesario para ganar en dominio de sí. Vencerse en pequeñas cosas de la comida, por ejemplo: terminar lo que nos han puesto en el plato; comer despacio, sin ansiedad; no aceptar chantajes con la comida que nos gusta más ni evitar por sistema la que nos gusta menos; beber con moderación; esperar a que lleguen todos para empezar, esmerarse en los modales en la mesa y usar habitualmente la servilleta.

Utilizar las cosas para lo que están hechas y cuidarlas para que duren: lo mismo las que son de uso personal como las de uso público.
Por ejemplo: las herramientas de trabajo, los asientos de los autobuses, las papeleras de las calles, etc.

Cuando comienza la pubertad, conviene que los padres se preocupen también de la educación de la afectividad y de la sexualidad de sus hijos. Si no se sabe cómo hacer, se puede buscar orientación con el preceptor o con alguno de los expertos que asesoran al colegio en cuestiones familiares.

Hay que explicarles el maravilloso don de la sexualidad encuadrada en el misterio del hombre y en el amor esponsal que tiene su lugar propio en el matrimonio. Con delicadeza, pero con meridiana claridad, hay que orientar el cuidado del cuerpo, el respeto a las personas del otro sexo, los aspectos fisiológicos que son propios de los chicos y de las chicas, el maravilloso don de la vida que está relacionado con la sexualidad.

Corazón y temple: hay quien confunde ser sincero con ser espontáneo sin límites para la grosería o la mala educación. Pero no debemos ir más allá del límite justo señalado por nuestra naturaleza. Es compatible con ser «auténtico», con ser noble y cortés. Se puede gozar noblemente, con capacidad para expresar los propios sentimientos, y a la vez ser gentil y elegante.

La persona sobria y templada no se hace insensible o indiferente ante los demás o las cosas, tampoco transige con la chabacanería, la ordinariez o la procacidad.