LA SEÑAL DE LA CRUZ

En el nombre del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo. Amén.
(Santiguarse)

Por la señal de la Santa Cruz,
de nuestros enemigos
líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre, y del Hijo
y del Espíritu Santo. Amén.
(Signarse)

PADRE NUESTRO

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.

AVE MARÍA

Dios te salve, María;
llena eres de gracia;
el Señor es contigo;
bendita Tú eres entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

GLORIA

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

PARA LA SEÑAL DE LA CRUZ:

Hay dos maneras de usar la señal de la Cruz: santiguarse y signarse.

Santiguarse es hacer una cruz con la mano derecha desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho, diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Signarse consiste en hacer tres cruces con el dedo pulgar de la mano derecha: la primera en la frente, para que nos libre Dios de los malos pensamientos, diciendo: Por la señal de la Santa Cruz; la segunda, en la boca, para que nos libre Dios de las malas palabras como la blasfemia, la mentira, la murmuración y la difamación, diciendo: de nuestros enemigos; y la tercera, en el pecho, para que nos libre el Señor de las malas obras, de los amores que nos apartan de Él, diciendo: líbranos, Señor, Dios nuestro.

EL PADRE NUESTRO ES:

La oración por excelencia, por ser la que nos enseñó Jesucristo. Los apóstoles, al verle orar, le pidieron que les enseñara. Y el Señor les dice: «Cuando os pongáis a orar habéis de decir: Padre nuestro…» (cfr. Mt 6,9-13; Lc 11,1-4). Aprendieron el Padrenuestro de los mismos labios de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.

Por ser el mismo Jesús el autor del Padrenuestro, esta oración es perfecta. San Agustín dice que esta oración del Señor es tan perfecta que en pocas palabras compendia todo lo que el hombre puede pedir a Dios.
Sus siete peticiones son la manifestación del amor con que Dios nos quiere: están fundadas en el más grande Amor que podemos recibir, que nos hace pedir a Dios lo que realmente necesitamos.


SIGNIFICADO DEL AVE MARÍA

Dios te salve, María. Es el saludo, que en la lengua original significa «alégrate». San Bernardo, cuando veía una imagen de la Virgen, acostumbraba saludar a María con estas palabras. En cierta ocasión oyó esta contestación: «Dios te salve, Bernardo».

Llena eres de gracia. La Virgen posee la plenitud de la gracia de Dios. Concebida sin pecado al ser preservada de él por los méritos de su Hijo, Jesucristo, y tampoco cometió ninguno en toda su existencia terrena. Santa María recibió más gracias que todos los ángeles y santos juntos. Después de Jesucristo no hay mayor plenitud. Por eso en María encontramos un modelo lleno de humanidad y afecto. Y los que tienen una verdadera devoción a la Virgen aman mucho más al autor de todas las gracias, Jesucristo, Nuestro Señor.

El Señor es contigo. María, por especial privilegio de Dios, triunfó totalmente sobre el pecado, y siempre estuvo el Señor con Ella. En ningún instante estuvo separada de Dios por el pecado.
María, llena del Espíritu Santo, convierte toda su conducta en una manifestación de amor y servicio a Dios y a todas las criaturas.

Bendita Tú eres entre todas las mujeres. Así exclamó Santa Isabel al recibir la visita de la Virgen, su prima. Porque María creyó lo que se le había dicho de parte de Dios y respondió con humildad, no hay mujer con la que se la pueda comparar. Puede ser esa expresión una buena oración breve para repetirla muchas veces, honrar a la Señora y ganar en presencia de Dios.

Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. La Maternidad divina es el fundamento de todas las grandezas de María. Juan Pablo II escribe en la Carta sobre el Rosario de la Virgen María: «El centro del Avemaría, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario». El nombre de Jesús fue añadido por el Papa Urbano IV para hacer que el nombre del Salvador figurara en la mejor oración a la Virgen.

La segunda parte, compuesta por la Iglesia, es una súplica.

Santa María, Madre de Dios. Por ser Madre de Jesucristo es Madre de Dios y la Madre de Dios participa de la omnipotencia de su Hijo. Su intercesión materna nos alcanza lo que necesitamos para ser hijos de Dios e hijos de la Virgen María.

Ruega por nosotros, pecadores. Reconocemos la verdad de nuestra vida: somos pecadores. Pero queremos ser pecadores arrepentidos que saben acudir con prontitud a la misericordia y al perdón divinos. Alcanzaremos con más facilidad esa conversión si nos ponemos delante de María que intercede constantemente por nosotros ante Dios.

Ahora. En el momento mismo en el que recurrimos a Ella, y en todos y cada uno de los instantes de nuestra vida.
Y en la hora de nuestra muerte. Deseamos la gracia más grande:
la perseverancia final que nos llevará al cielo. María atiende a sus hijos, como una buena madre, cuando están para dejar este mundo.

Amén. Es la reafirmación y el completo abandono, lleno de confianza, del hijo en las manos de María, su Madre.


GLORIA

El Papa Benedicto XIV atribuye esta oración a los Padres Conciliares de Nicea, año 325, que la emplearon para proclamar la eternidad del Hijo y del Espíritu Santo.