La Obediencia

La obediencia es una de las primeras virtudes que los padres tienen que enseñar a sus hijos desde que son muy pequeños. En los primeros años de su vida, los hijos no se dan cuenta de que están obedeciendo porque todavía no saben distinguir entre lo que es obedecer y lo que no lo es. Pero irán adquiriendo esta virtud a través del hábito que produce la repetición de actos de obediencia.

El niño pequeño obedece porque reconoce intuitivamente la autoridad de sus padres. Ellos le dan seguridad y cariño y todo ello le lleva a cumplir con sus deseos, aunque, al mismo tiempo, se sienta inclinado a veces a desobedecer para probar su propia fuerza y sus propias posibilidades de actuar con independencia.

Hacia los tres años surge lo que se suele llamar la «edad del no», ese momento del proceso evolutivo normal de un niño –tan molesto para los padres– que supone la naciente voluntad infantil. Ya entonces se hacen necesarias las primeras argumentaciones de los motivos que, poco a poco, irán fundamentando su libertad.

Desde los cuatro años en adelante, si no antes, conviene combinar la exigencia con el razonamiento de lo que se exige, de tal modo que el niño obedezca además –si es posible– porque ve que es razonable. También puede realizar lo mandado por cariño a sus padres, reconociendo que su obediencia es un modo de corresponder y manifestar amor hacia ellos.

La desobediencia de los niños de estas edades no provoca, en apariencia, más daños morales que la irritación de sus padres y profesoras. Aunque está claro que puede producir daños físicos (porque el niño se pierda o se haga daño, etc.).

La obediencia se facilita por una actuación ordenada por parte de los educadores. Es decir, entorpeceríamos la adquisición de esta virtud si nos comportásemos de un modo cambiante e imprevisible, según el estado de ánimo de cada momento, y exigiésemos unos días unas cosas y otros días no.

Obediencia y autoridad están íntimamente relacionadas. Para que la obediencia pueda ejercitarse, la autoridad ha de ejercerse.

En estos primeros años, fundamentales para la adquisición de esta virtud, los educadores han de esforzarse por exigir
el cumplimiento de todo lo que se manda. Si, por ejemplo, una profesora o madre indica a los niños que cuelguen los abrigos al llegar al colegio o a casa, no debe cejar hasta que lo hayan hecho; en el caso de que ceda y los cuelgue ella misma, perdería una dosis importante de autoridad. Esto supone que habrá que pedir obediencia en menos cosas de las que, en principio, cabría suponer.

Los resultados suelen ser positivos cuando damos una información clara en el momento oportuno y apoyamos luego lo mandado con cariño, con una exigencia serena, perseverante, amorosa y alegre en un ambiente de orden.

Una vez más, la forma de decir las cosas es importante, también si queremos que los hijos obedezcan. Deben pedirse las cosas en positivo.

  • Utilizar siempre un lenguaje «positivo». Eliminar del vocabulario el «No».
  • Dar indicaciones claras y utilizar frases cortas: «Lleva el vaso con cuidado».
  • Evitar frases que el niño no entiende: «Ya te he dicho en muchas ocasiones que…».
  • Hablarles a su altura, mirarles a los ojos y darles las indicaciones con cariño.
  • Darles las gracias cuando les pedimos algo.
  • Cumplir las promesas que les hacemos.
  • No prometer lo que no podemos cumplir.